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Aquella tarde invernal de septiembre, seis, no fue una cualquiera. Un pequeño salón, en el pabellón E de la UPAO, se encontraba celebrando a través de la transmisión de cuatro documentales, a la colorida comunidad LGBTTTIQ. Mediante un convenio, de los que por cierto son cada vez más frecuentes, Cineclub hizo suyo el sentir de visibilizar aquellas piezas audiovisuales que, siempre para bien, retratan el mundo como un lugar hostil para lo andrógino y lo no binario: Retrospectiva outfest Trujillo.
Hotel Paraíso, Gabriel Paucar Vásquez, año 2017, fue mi segundo favorito (ah, sí tan solo no hubiese tenido ese final). Buena elección de colores: con aquellos pasteles acompañando el día a día de nuestro protagonista y esos neones en cada fiesta psicodélica. Maestría en la selección de escenarios: asfixiante, a veces asqueroso, en otras tantas causaba pesar, pero siempre crudo.
De las actuaciones, ni hablar: el pequeño hermano del personaje central se lo roba todo. No ha de pasar los 8 años, ¡pero qué futuro! Priya Darsham (Pierr) lo hace bien y Ricardo Javier Mejía (el papá) es tan asqueroso y ruin como se puede ser. Sobre la historia, es buena, solo eso. Todo gira en torno a Pierr, a sus valores, a su amor por su pequeño hermano y a su amor por la costura. Un relato para guardar del tiempo.
Supay, Sonia Ortiz, año 2018. Luego de salir de la cárcel y con los recuerdos a flor de piel, una gringa deschavetada irá en busca de su felicidad. Sin embargo, el camino no es sencillo, puesto que figuras diabólicas e incomprensibles de su pasado la atormentan. Esa es, a grandes rasgos, la esencia de este documental, el mismo que trata de desimplificiar el erotismo lésbico y de tumbarse el mito de que los cortos LGTB+ están restringidos al drama.
No es que Supay sea ajena a esto, sino que trata (aunque muy poco) de ser un thriller psicológico (creo) y una celebración de lo autóctono (sin éxito). Empero, el valor de esta pieza no radica en ello, sino sobre sus escenarios: imponentes, grandiosos y fascinantes. Aunque flaquea enormemente en su guion (tal vez son necesarios los comentarios del director), este corto es un acre experimento no apto para todo paladar.
El amigo, Erick Salas Kirchhousen, 2017. El tercero al hilo de Perú, el segundo de Lima (después de Hotel Paraíso) y el primero en plantear un tono más ligero. Esta historia se siente como el cine LGTB+ de antaño. Aquel donde todo era nuevo y todo era un clásico y todo era bonito. Aunque aterrizada, de forma encantadora, en nuestra realidad: dos amigos han quedado en pasar la tarde juntos. El día es caluroso, ambos están ardiendo, pero la intención de uno de ellos es más sexual y salvaje que amical.
La paleta usada es interesante: los amarillos, blancos sucios y tonos terrosos le dan un aire real y nos adentran en su ardiente temporada de verano. ¿El problema? Todo va bien: la tensión en creciendo, los personajes mostrándose crudos, cuando después del clímax dos líneas de diálogo se cargan todo: “¿Qué no te acuerdas?” “¿De qué?”. La historia bien construida se vuelve un cliché.
Algo de movimiento en la sala hacía sentir el inicio del fin de la noche. Uno que otro clic en el proyector y estuvo lista la última pieza. El mundo entero, Julián Quintanilla, 2016. Lo último y lo mejor, sin duda alguna. La increíble producción es lo primero que salta a la vista: la gigantesca cuadra ambientada en los 70’s, el diseño de vestuario, los tiros de cámara con grúa y la particular banda sonora son algunos de los elementos trabajados al detalle.
La Chary y sus dilemas existenciales (o mortales) son los protagonistas de esta historia de ficción, donde se narra el dilema de la sexualidad desde los ojos de una madre y no una cualquiera, sino la de una cojonuda madre soltera. Un personaje sencillo en primera instancia, pero cargado de dudas y filosofía.
El valor, entonces, del documental radica en la constante de La Chary por crecer, cambiar, transformarse en la madre perfecta y lograrlo, al final, sin darse cuenta. Quiero pensar que La Chary, mujer adulta bien entrada en carnes, no es más que el fiel reflejo actual de los padres: aterrorizados por equivocarse, todavía temiendo a la sociedad, pero con un amor tan grande que está dispuesto a cambiar todo. “Y pa’ dos o tres días que vamos a vivir. ¡Qué cojan con quien quieran!”