Getting your Trinity Audio player ready...
|
«Primera llamada»
Se escucha el sonido de un timbre seguido de la voz de una mujer, quién dice estas palabras con el típico tono de los anuncios en el supermercado. Un hombre sale a escena. El Teatro Victor Raúl Lozano Ibañez se llenó de aplausos. El hombre camina nervioso sin prestar atención a la ovación. Se detiene, gira, y vuelve tras sus pasos.
Un escritorio pequeño ocupa el centro del escenario; sobre él, algunos libros y una lámpara de estudio. A la derecha, una pizarra, de esas vetustas en las que se escribe con tiza y tras el escritorio, una silla de oficina. De fondo, el sonido de una lluvia que no termina y que, al parecer, será la protagonista de la historia.
«Segunda llamada»
Esta vez, la salida del hombre fue acompañada por luces y sonidos que simularon truenos. Nuevamente, el público aplaude. Nuevamente, el hombre ignora. Lleva con él una jarra con agua y un vaso, los deja sobre el escritorio. Sale de escena.
Supuse que estas acciones eran parte del performance de la obra. Nunca asistí a un monólogo teatral, por lo que todo en aquel ambiente era nuevo. Mis conocimientos sobre la obra se limitaban a: número uno, el nombre y número dos, el autor.
Conferencia sobre la Lluvia es un monólogo escrito por el mexicano Juan Villoro en 1956. Su extensión es de, aproximádamente, 20 páginas, lo que me llevó a una seria reflexión sobre el nivel y la capacidad que debe tener un actor para poder memorizar tal cantidad de letras, al mismo tiempo que intenta transmitir cada frase con el tono de voz exacto que impida a la audiencia caer en el aburrimiento y tedio.
«Tercera llamada»
Luego de las menciones finales a las ya conocidas normas de prohibido comer, prohibido beber y prohibido grabar, las luces se apagaron lentamente mientras iba reflejándose una frase en escena: “Óyeme como quien oye llover, ni atenta ni distraída” – Octavio Paz. La obra había comenzado.
«He perdido los papeles»
El hombre, del cuál nunca sabemos el nombre, camina presuroso hasta su escritorio. En sus brazos lleva algunos papeles. Los deja en el escritorio y, con mirada preocupada, se dispone a revisar cada rincón de su ropa y de la escena. Había perdido algo, los papeles.
Con esta peculiar frase inicia la actuación. Al parecer, el hombre hace una sutil analogía a la pérdida de su cordura con la pérdida de los papeles para su conferencia, donde desconocemos a su espectador. Sin embargo, decide seguir adelante con su cometido, camina hacia la pizarra, coge una tiza y escribe en mayúsculas “Lluvia”.
La narración no girará en torno a explicaciones climatológicas, nos cuenta, sino que se analizará la lluvia desde el punto de vista de los poetas, aquellos que le dieron su propia interpretación a este fenómeno y de quiénes escucharemos breves citas a lo largo de la conferencia.
Así pues, inicia un verborreo de referencias y reflexiones sobre la idea principal, más poco a poco la ilación se va perdiendo, pues ha perdido los papeles y no tiene un documento para guiarse. En este punto el hombre empieza a improvisar y el monólogo continúa con la referencia a la lluvia, pero esta vez, internalizada desde su propia experiencia.
El escenario se convierte en un confesionario en donde empatizamos más con este bibliotecario. Nos habla de Soledad y de Laura, su gran amor; de su pasión por los libros y la relación que tenía él con su padre; de su sentir como hombre ya entrado en años y de cómo llegó él a tener un gato como mascota y compañero.
Las frases célebres y citas discretas de autores como Vallejo, Neruda y Pessoa continúan durante todo el relato. La lluvia se transformó en la intimidad del personaje, quién finalizó su discurso de forma sutil, tal y como había empezado, con un paulatino apagón de luces.
La calidez de los aplausos abarató el teatro, y esta vez, Alberto Ísola sale de su papel para disfrutar y agradecer la ovación por su impecable actuación. No en vano posee una carrera de cincuenta años en el rubro. La experiencia y la versatilidad para adentrarse en el personaje hicieron que esos noventa minutos pasaran desapercibidos y conozcamos, por un momento, a ese bibliotecario solitario que vive inmerso entre libros, se relaciona con dificultad con la realidad y anhela dictar una conferencia sobre la lluvia, pero pierde los papeles.