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Hasta la fecha y durante muchos años, tanto audiencia como crítica nacional recibieron con mucha indiferencia las películas locales cuyo eje giraba alrededor del periodo de violencia acontecido entre los años 80 y 2000. ¿Por qué? El cine de autor, en buena parte del mundo, arrastra sendas polaridades respecto a los consumidores; sin embargo, en el Perú, la brecha ha crecido a puntos descomunales. ¿Por qué los directores abordan el terrorismo? ¿Qué quieren ver los públicos?
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“Quien olvida su historia está condenado a repetirla”, escribía Jorge Ruiz en una de sus poesías. ¿Está mal hablar de terrorismo? No. Al principio, tanto el Estado como los grupos extremistas, estaban en contra de la producción de películas que versaran sobre el tema; aún así, La Boca del Lobo (Lombardi, 1988) se convirtió en la primera ficción en exponerlo tal cual. La cinta no solo fue pionera; sino que, con el tiempo, se transformó en un ícono cultural abriendo la puerta a muchas otras producciones.
“En alguna oportunidad, Alberto Fujimori dijo que La Boca del Lobo le hizo entender lo que pasaba en el país”, reveló Ricardo Bedoya, crítico e historiador. Cuatro años más tardes, La Vida es una Sola (Eyde, 1992) le siguió los pasos a la cinta de Lombardi aunque mostrando de forma más activa la dinámica al interior de Sendero Luminoso. Para Alberto Castro, editor de la web En Cinta, ambas producciones reflejan una época en las que el conflicto se representaba más directamente.
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Según varios especialistas, la temática del terrorismo en el cine peruano tiene varios movimientos: el primero parte de personajes castristas inspirados en el cine negro donde las autoridades son corruptas. Ojos que No Ven de Lombardi o Magallanes de Salvador del Solar son ejemplos de lo anterior con personajes desdibujados o anti-héroes. Mientras, una segunda vertiente engloba a las consecuencias del conflicto armado como Días de Santiago (Méndez, 2004), La Teta Asustada (Llosa, 2009) o Paraíso (Gálvez, 2009).
Sobre la película dirigida por Claudia Llosa, ganadora del oso de oro de Berlín y nominada al Oscar, Alberto Castro, crítico y editor de En cinta, mencionó que, si bien llamó la atención de la audiencia en primera instancia, nadie la entendió. “La Teta Asustada fue un punto en el que muchas personas tenían amplias expectativas por el nuevo cine peruano, la fueron a ver, pero no les gustó y no conectaron”, aumentando así las brechas entre ‘cine comercial’ y ‘de autor’.
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Resulta trascendente mencionar que, las dos películas más taquilleras de la historia del Perú (Asu Mare 1 y 2) a pesar de contextualizarse durante la etapa del terrorismo, no hacen mención a él por ningún lugar. Todo lo contrario al caso del ayacuchano Palito Ortega Matute, quien lejos de los miramientos cuidadosos del cine limeño, entrega cintas cargadas de dureza y crítica. “(En sus películas) se muestra una situación más compleja que lo exhibido en otros títulos”, mencionó Emilio Bustamente, investigador de la Universidad de Lima.
Finalmente, en los últimos años surgieron otros dos enfoques al tema del terrorismo: cintas que reflejen de forma parcial las experiencias de sus directores (Viaje a Tombuctú de Díaz Costa) y las que narren sobre ciudades postconflicto (aún sin referencias). Al mismo tiempo, previo al contexto pandémico, las audiencias peruanas empezaron a disminuir su interés por las comedias palomeras. ¿Será que se aproxima un nuevo cambio de eje?
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Alberto Castro: “El cine de autor habla de las cosas que a un director le afectan. El cine de héroes es más comercial, es un tipo de narrativa de los estudios. Pienso que los autores peruanos se han visto tocados por cosas que les han dolido”. Lo cierto es que, al final del día, las películas más taquilleras siguen siendo las que callan sobre el terrorismo e invitan a reflexiones menos profundas y hasta banales. ¿Qué quiere el peruano? Las tendencias apuntan a cambios en las fórmulas de la comedia, pero no al realce del cine ‘de autor’. Una lástima.